viernes, 11 de marzo de 2011

El Valencia desperdicia otra ocasión europea

Unay Emery comete el mismo error de Javier Clemente y Louis Van Gaal

La “pata coja” de Antonio Costa en la boca del gol. La falta de picardía de Ariz Aduriz en su remate a la escuadra –“a portero alto, siempre al rincón y a ras de césped” lo sabe hasta el Tato- y el claro penalty a Jeremy Mathieu. El escaso peso (pluma) de Ever Banega en la zona central, intermitente y desesperante en los pases al contrario. La posición de Juan Manuel Mata, preocupado del marcaje en lugar de crear. Un stopper llamado Pablo Hernández persiguiendo al lateral. La descolocación de Ricardo Costa como escoba y David Navarro –crucificado por los “genios” de Canal Plus– haciendo marcaje al hombre. La soledad de Bruno Saltor en la llegada de dos o tres adversarios por su banda.

Por Miguel Miró
La zona de Melmet Topal –un mar repleto de piernas- donde la ida y vuelta suponía más complicada y Joaquín Sánchez, de punta nato. Y para colmo Vicente Guatia cometía su único error. Un defectuoso despeje de puños al corazón del área. Un error que supuso la antesala del gol del Schalke 04. La “llave” del partido.
Podemos discutir todo, pero el gol –ese accidente del fútbol que oculta los auténticos fallos de los equipos y que resucita a los aficionados y es la esencia del fútbol– rompe con todos los esquemas. Funciona con el empate a cero o en una providencial ventaja, pero cualquier equipo sufre un estado de shock que cuesta, después, recuperarse. O… se desmorona como un castillo de naipes. Depende de la reacción y por lo general crea una alta tensión. No es cuestión del espíritu de lucha –en esto el Valencia está sobrado- sino en un mal que, por lo general, no tienen culpa los jugadores.
Nadie puede negar que el equipo valenciano “murió” en la Copa de Europa con las botas puestas, pero el problema no son los futbolistas y sus errores... los penalties y las ocasiones perdidas.

¿HA SIDO UN CASTIGO?
No; por supuesto que no. La derrota ante el Schalke 04 –uno de los rivales más flojos que tuvo el conjunto español junto al equipo griego– ha sido la constatación de que no hay patrón consistente ni esqueleto de equipo. Y por ende la desconfianza reina entre sus jugadores y de ahí su fragilidad y bajón anímico. Por el reiterativo “quita y pon” como si fueran trabajadores temporales.
El Valencia tampoco podía seguir recurriendo a la suerte. A la flor de un técnico egocéntrico y extravagante que sigue pensando –erráticamente- que él solo gana los partidos y los jugadores son números que se pueden cambiar como los cromos. Unay Emery –y lo demuestra la estadística- está convencido de que sus tácticas son la base de las victorias. Se encuentra en una nube. Los que ganan los partidos son los jugadores  y la labor de un técnico supone un 10% de los éxitos y fracasos.
Esta es la causa principal del problema. Lo mismo que le sucediera a Javier Clemente en el Español (John Mikkelsen Lauridsen, en el banquillo) y después en la selección nacional. También padece este síndrome el holandés Louis Van Gaal en el Bayern Munich (también en el Barcelona), que hace rotaciones como en el baloncesto. No se puede “imponer un sistema” sin valorar las características de los jugadores y menos cambiar constantemente de alineación en todos los partidos.

ENSAYO GENERAL

Lo más sorprendente ha sido el “ensayo general” –palabras, precisamente de Unay Emery- en las vísperas del viaje a Mallorca, tras el tropiezo frente al FC Barcelona. Un ensayo para el reto europeo que se realizó con éxito. El Valencia derrotó a su rival con autoridad, concentración y buen fútbol. Una táctica en la que figuraba el brasileño Jonás, como media punta o enlace y Jorge Alba, expeditivo y eficaz en su desdoblamiento por la banda. La mejor actuación de Juan Manuel Mata en el mismo eje del campo. Igualmente, resultó importante la asociación de Mata-Aduriz y Aduriz-Pablo Hernández.
Otro detalle importante ha sido también el marcaje al hombre de Ricardo Costa a Webó. La forma de romper los pasillos por fuera y el movimiento de los jugadores de segunda y tercera línea arrastrando a la defensa, para sorprender por dentro. El primer gol, por ejemplo, se produjo por el medio, en las barbas del área grande. Además de una “venganza” (el Mallorca ganó en Mestalla en la primera vuelta) el encuentro dejó entrever, aparentemente, un ensayo general con vistas al encuentro contra el Schalke 04 en Genselkirchen.
Lo lógico, tras la victoria en Palma, es que se repitiera la película en Alemania. Apostar por el mismo equipo y la misma táctica. Pues, no. El técnico hizo modificaciones. (¿Había que rotar?) Entró Joaquín por Jonás y Mathieu por Alba. Asimismo, también realizó variaciones en el planteamiento del juego. Sacrificó a Pablo y a Mata en el marcaje, puso como enlace por el medio a Joaquín (más punta que enlace) y mandó a Navarro marcar al hombre. Topal igualmente, en lugar de stopper por delante de la línea de zagueros, disfrutó de mayor libertad a la hora de subir.

¿POR QUÉ HIZO CAMBIOS?
Ya, de entrada, la defensa presentaba muchas lagunas, pero se suplió por el despliegue a los 20 metros y al situar a las líneas más juntas. Sin embargo, en el repliegue se abrían los espacios. Por las medidas “temerosas” del técnico en los marcajes. Algo incomprensible en un match en el que se jugaban el billete a los cuartos de final de la competición reina europea. Había que arriesgar, no cabía la especulación. Y Unay Emery quiso especular, dejando a David Albelda en el banquillo. El hombre con “más oficio” y experiencia de la plantilla.
¿Tocaba también variar los movimientos? El Mallorca, con perdón, tiene mejor equipo que el cuadro alemán. Mata y Pablo estuvieron encorsetados en una doble función. Mata no brilló como en Palma y Pablo fue sacrificado en la banda. Joaquín parecía estar en una isla y supuso un riesgo muy grave sacrificar a un zaguero en el marcaje a Raúl, que sólo aparece en el área para los corners y se sitúa siempre sobre el pasillo izquierdo. Por supuesto, no fue nada inteligente y esto lo pagó muy caro el Valencia.
Se pudo comprobar en los desbordes de Escudero y Raúl por la banda. La insólita soledad de Bruno, sin un zaguero que hiciera el cruce o el relevo. Aún así, con tantos desbarajustes y la concentración más en el adversario que en el juego, el Valencia disfrutó de tres ocasiones clarísimas. Pero las desaprovechó. Con el marcador en contra, le faltó todo lo que sobró en Mallorca: frialdad, autoridad y concentración… y perdió la gran oportunidad de continuar en la Copa de Europa.

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