Iron-Kaymer hace
magia
en arenas movedizas
Por Miguel Miró
De punta a punta, sin mirar el retrovisor.
Alucinante comienzo (65-65, -10) y alucinante final (69 -9) con ocho golpes
de ventaja. Con el “paso de ganso” militar. Los especialistas estadounidenses
recordaron inmediatamente la hazaña de Eldrick “Tiger” Woods (2000, Pebble
Beach) que “arrancó” 15 golpes al segundo en su primera victoria US Open
Championship.
Martin Kaymer ha vuelto.
Ha vuelto para quedarse, después de limpiar los fantasmas de su cabeza. El
magnífico profesional alemán de Düsseldorf, con un swing nuevo y “piloto
automático” no dejó ningún cabo suelto.
Un soplo de aire fresco que provocó un verdadero terremoto después de sus
dos impecables vueltas. Arrasando como un visionario, como si conociera cada
milímetro el campo.
Cinco semanas después de ganar el famoso TPC de Sawgrass –segunda victoria
en el US PGA Tour, tras el US PGA (2010)– se coronó con todos los honores en un
course histórico y con “arenas movedizas” en su extenso rough de Pinehurst-2.
Un escenario “único” diseñado por Donald Ross en 1907 y considerado por los
especialistas como una “obra maestra”. En 2011 fue actualizado por Bill y Ben
Crenshaw sin retocar las zonas arenosas naturales.
El jugador germano –al
que los británicos llaman “continental”, como si fuera una compañía aérea– se
une a las victorias europeas en el segundo campeonato más longevo del mundo. En
los últimos cinco años desfilaron por la pasarela estadounidense: Graeme McDowen,
Rory McIlroy y Justin Rose, que defendía en esta ocasión el título.
“INVASIÓN” EUROPEA
No es una casualidad la
“invasión” europea en Estados Unidos, que por norma (similar a los ingleses)
llaman “no-americano” a los jugadores extranjeros. Y reconocen, aunque
apretando los dientes, las victorias de los “no americanos”. Ya sucedió
anteriormente en el Masters de Augusta en la década de los ochenta y parte de
los noventa.
¿Se acuerdan? Nada
menos que 10 títulos.
Se lo vamos a poner
fácil: Severiano Ballesteros, dos
veces ganador. En aquél momento le llamaron “ET” por la película “El Extraterrestre”, por su excelente
golf.
El galés Ian Woosman con sus manos mágicas. Algo
sorprendido, porque protestaba que no le “invitaban”.
Sin embargo, el recordado
Severiano Ballesteros abrió las puertas de par en par a los pross europeos.
¿Quién si no?
El jugador de Pedreña
estuvo “vetado” un año sin pisar el circuito por culpa de Dean Beaman. Hasta
que el testarudo “commissioner” cedió por la presión de patrocinadores y
aficionados del gran país de América del Norte que exigían ver al campeón
español.
Severiano fue clave
para cambiar las reglas del Masters (un certamen por invitación) y del US PGA
Tour.
El señor de los hierros, Sandy Lyle
también ganó el Masters. Igualmente el polaco, nacionalizado alemán Bernhard Langer en dos ocasiones
intercaladas. Lo mismo que el ahora “Sir” Nicolas
Faldo que igualaría el record de Jack Nicklaus, dos veces consecutivas.
Similar al “manitas” alrededor del green, José
María Olazábal.
Si en el Masters Tournament Invitational se produjo en aquél entonces la
“invasión europea”…
¿Por qué no iba a pasar lo mismo en el tradicional y añejo US Open
Championship con el pelotón de buenos jugadores europeos?
Más aún después de ganar el equipo europeo la Ryder Cup en el terreno
estadounidense (Medinah, 2012) en un final apoteósico.
RYDER CUP
Todavía guardamos en nuestra retina el putt de dos metros en el green del
hoyo 18 en Medinah. El empate entre los dos equipos.
Su autor: un alemán llamado Martin Kaymer, algo dubitativo. Le ganó el
match a Steven Stricker en el último suspiro.
El mismo que dio una gran lección de golf en Pineharst-2 en el US Open, su
segundo “salmón”.
Nunca o pocas veces, habíamos conocido a un profesional tan honesto, tan
sencillo y tan sincero como el jugador germano.
¬ Mi bajo rendimiento surgió con la
victoria del US PGA Championship y después, al verme como número 1 del mundo.
Algo que me sucedió demasiado joven. Demasiado pronto con 25 años. No me dejaba
concentrarme en el campo. Me superó. Ahora he cambiado de chip y de swing.
Asustado por el éxito se encerró en sí mismo, como un ermitaño, pero cambió
su carácter y se abrió socialmente, con la colaboración de un grupo de amigos
profesionales. Entre ellos el español Sergio García y después todo el equipo
europeo de la Ryder Cup 2012 junto a su último capitán: José María Olazábal.
Sin embargo, viéndole en el campo se envuelve en una sábana imaginaria, y
su abstracción (como los artistas) le permite divertirse en silencio con su
mente privilegiada. Como si su cabeza fuera un CPU de última generación.
Un auténtico “killer”, frío como un témpano de hielo, reverdeciendo su
época dorada como amateur donde la intención siempre fue machacar y “ganarle” al course. Él no suele mirar el
scoreboard, su obsesión es el campo.
Su consistencia es infinita.
Igual que el piloto automático de su swing. Y los hierros, que parecen la
prolongación de sus brazos. Un verdadero prodigio con los hierros
Martin Kaymer tiene además una virtud especial.
Lo que adornaba el juego de la estrella australiana, Peter Thomson (cinco British) que asombrara
en su época. La capacidad para serenarse ante cualquier situación difícil o
peligrosa en el campo.
Un temple exquisito.
Dicho de otra forma, modera y suaviza la fuerza y la intensidad según la
circunstancia que se le presenta.
NO LLEGA A LA PERFECCIÓN, PERO…
Kaymer asombró en los primeros 36 hoyos. Dos tarjetas de 65-65, que
superaba el record del norirlandés Rory Mc Ilroy en el US Open 2011. Un total
de 130 golpes, 11 birdies, 24 pares y 1 bogey.
¡Im-pre-sio-nan-te!: 10 golpes bajo par.
Un colega norteamericano exclamó:
“Esto es una locura; de locos”.
La perfección a la décima potencia.
Veamos:
Primera vuelta: 65 golpes (34-31) -5. Seis birdies (1-5-10-14-16-17), 11 pares y un bogey
(7). Sólo falla una calle (93%), consigue 11 greenes (61%). Su promedio con el
drive es de 275,23 metros, aunque en los dos pares 5 superaría los 300 m. No
cayó en ninguna de las trampas de arena del recorrido y necesitó 25 putts en el
green.
Segunda vuelta: 65 golpes (33-32) -5. Cinco birdies (3-5-10-13-16) y 13 pares. Inmaculada
tarjeta. Se cambian las tornas en las calles/greenes. Falla dos calles (86%) y
alcanza 15 greenes (83%). Aumenta su potencia con el drive (promedio 280 m).
Cayó en tres bunkers y los salvó a todos. Aunque negoció bien los greenes,
necesitó 29 putts.
Sin embargo, el germano también es “humano”. Y el campo aumentó su dureza
en la tercera vuelta (colocación de banderas; los greenes, rapidísimos). Subió
el par (72 +2, 36-36). En los 54 hoyos llegaron los bogeys (5) a pesar del
eagle en el front-nine y birdie en el último agujero. El 18 par-4, fue
igualmente el único hoyo del campo que se podía apuntar a bandera. No obstante,
su porcentaje individual siempre superó al average del campo. Falló cuatro
calles (71%) y ocho greenes (56%). Aumentó su potencia con el drive: 295 m. y
necesitaría 30 putts en el verde.
Su colchón se redujo a ocho golpes, pero a cinco golpes de Rickie
Fowler y Erik Compton (-3), ambos con 67 golpes en la tercera ronda.
REMATA CON AUTORIDAD
La pulcritud de su uniforme –camisa blanca con detalles azules y rojos, pantalón
gris, zapatos blancos y gorra blanca– parecía una copia de su bolsa de palos.
Apropiado para un fin de fiesta. Para un hombre metódico que no deja nada al
azar.
No cambió la estrategia de su juego. No suele ser como los que amarran su
ventaja y especulan.
(“Eso significa caer en el intento, yo intentaré hacer mi juego”)
Martin Kaymer sabía por experiencia que podía ser un error. El alemán
controló e hizo su juego con agresividad y desparpajo. Atacando a bandera. A
pesar de su tropiezo en el par 4 del 2, supo reaccionar en el siguiente con su
primer birdie. Aumentaría su ventaja en el 63.
Lo importante para él ha sido el front-nine y la recuperación. Los hierros
fueron las herramientas mágicas para él. Largos, medianos y cortos. Dibujaba
mentalmente los golpes, y la bola… obedecía.
En esta ocasión no buscó la excelencia con el drive a calle sino la
distancia de “pegador”. Aumentaría su
confianza en el back-nine, con una reacción asombrosa. A un bogey en el par 5
del 10 contestó con dos birdies seguidos (13-14). Siempre fue el jefe de la
situación, a pesar de las grandes dificultades del campo.
No dejó que nadie le tosiese ni le estropease el camino.
A tres hoyos del 72 llevaba dos bajo par, pero no pudo evitar el bogey en
el 16.
Al final completaría los últimos 18 hoyos con 69 golpes, uno bajo par. Para
un total de 271 -9. Hubo muchos suicidas en el camino, pero él no pestañó,
llevando siempre el control.
LOS NÚMEROS
Farways 43 de 56 77%
Greenes 45 de 72 63%
Drive avg 284, 53
Putts 110 1,63/ronda
Sand saves 4 de 5 80%
Front -3 Back -5
Par 5 -5 Par 3 Par
Martin Kaymer ganó el US Open Championship con 1 eagle, 16 birdies, 45
pares y 9 bogeys a un campo (Pinehurts-2) de los llamados “invencibles” en
terreno estadounidense. La dificultad se demostró en la primera (24 jugadores
bajo par) y última vuelta (tan sólo tres jugadores bajo par).
El campeón germano ha vuelto.
Ha vuelto para quedarse. Después de dos años y 221 días en blanco.
Ganó dos campeonatos importantes a nivel mundial en Estados Unidos. El TPC
de Sawgrass (el día de la madre) y el US Open Championship (el día del padre).
Una anécdota que sólo podía contar Tom Kite desde 1992.
Para la estadística, Kaymer se une a Jack Nicklaus, Lee Treviño y Raymond Floyd
al capturar los dos torneos en el mismo
año.
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