sábado, 12 de mayo de 2012

RULETA-RUSA EN BUCAREST


Quién da primero, da dos veces… Atlético de Madrid

Un grupo de matrimonios vascos, después de un viaje de placer, deciden cenar juntos en un lujoso hotel de Nueva York.  Antes de los postres, las damas acuden al lavabo. Al salir se topan con tres “rascacielos negros” (cachas y de gafas negras). Tal fue la sorpresa de las damas que, sin pensárselo dos veces, se quitaron los collares, las pulseras… pusieron todo en sus bolsos… se las entregaron y salieron corriendo.
Pero no termina ahí el relato.
Los cuatro matrimonios regresaron a Bilbao escala Madrid. No hubo denuncias y las damas prefirieron guardar el secreto. Sin embargo, días después llegó un paquete con los cuatro bolsos y todos los objetos de valor y una carta del super detective de Hollywood (Beverly Hills, en la versión original) acompañada de una foto autografiada. Estamos hablando del actor Eddie Murphy.  En su misiva pedía disculpas en nombre de sus tres guardaespaldas y reconocía “no comprender la reacción de las damas”.    
La historia es real y sucedió hace varios años y apareció en los periódicos de habla hispana en US como una anécdota insólita.
¿Ha sido el efecto inherente de ver demasiadas películas norteamericanas? Tal vez. ¿Problema de idioma? Nadie dijo una palabra. ¿Sorpresa, miedo o pánico?
La mente humana reacciona, individualmente o en grupo, ante un hecho inesperado de muchas maneras. Aunque también se ha comprobado que las apariencias engañan. No obstante está claro que ante una sorpresa y el miedo, que es libre, cualquiera puede hundirse o envalentonarse en estas u otras circunstancias.
Después llega la parte más dura, el tembleque de las piernas, la taza de tila y el lloriqueo. 

Las imágenes superiores: agarrón de Godín a Llorente, dentro del área, tres minutos después del primer gol del Atlético. Las inferiores, origen del segundo tanto colchonero. Amorebieta intenta driblar a Miranda y el brasileño le roba el balón en el vértice del área. En el centro, la desolación de Iraizoz y Amorebieta.
 
Miguel Miró
Dos errores de libro en los momentos cruciales rompieron la magia de un partido en la que se presumía una vibrante noche de fútbol. Ambos equipos, irregulares en la Liga y exultantes en la competición europea prometían más de lo ofrecieron. Un match que se “rompió” en 28 minutos.
Una final española a cara o cruz que terminó en gloria (para Falcao) y drama (para Amorebieta).
Dos errores de libro de un fullback, que tiene fama de duro y pareció un flan. El primero, por “el miedo al penalty” y en el segundo, un regate inoportuno. Dos despistes  fueron suficientes para que se produjera la “super confianza” por una parte y la “desconfianza y las dudas” por la otra.
Amorebieta –mejor “Amor-rabieta”– que las temporadas anteriorores se comía crudos a los delanteros dio demasiadas facilidades a Falcao, en lugar de echarle el aliento en el cogote como sí lo hizo Godín a Fernando Llorente.
¿Cómo se le puede dejar metros a un goleador de área?
La ventaja de un gol en frío, a los pocos minutos y otro al cuarto de hora final del primer tiempo dio alas a los madrileños. Volaron con su red bull y los bilbaínos se quedaran en pañales, sorprendidos con su Cola Cao.
Tres llegadas al área y dos goles. Algo así como ganar el premio gordo con un boleto regalado. Con esto no desmerecemos la victoria inapelable del Atlético de Madrid y el pundonor y amor propio del Athletic de Bilbao, a quien le costó reaccionar. Nos limitamos a hacer un análisis del match final de Bucarest. Y las dos jugadas desafortunadas fueron, guste o no, la llave de la victoria para los madrileños.
Han sido “dos mazazos” de tal magnitud que resultó dramático para los jugadores del Bocho – autoestima, impotencia y sobretodo el aspecto psicológico y físico– porque los errores garrafales los cometió un compañero. Les costó reaccionar, porque tocaba remar contra la corriente.
Además, la ventaja hizo instantáneamente que se transformasen lógicamente los del Foro, los de la capital de Estado. Espantaron los fantasmas del miedo en el primer gol, cogieron confianza y se “agrandaron” en el segundo gol de Falcao y “mataron” en un pis-pas la final.

Los dibujos de los dos equipos en el campo, en el inicio del match final en Bucarest, Rumania.
 
MAS ACTITUD QUE JUEGO
Si nos basamos en el dibujo que presentó el Atlético de Madrid en la final, no difiere mucho del 1-4-1-4-1 clásico de los equipos italianos. Tampoco ha sido novedad la fórmula de poner dos delanteros en la tercera línea. Ya se hizo en partidos de Liga y los resultados fueron desiguales en cuanto a efectividad en campo contrario. Sin embargo, el adelantamiento de líneas para una mayor presión produjo el mismo efecto que el Real Madrid en sus salidas al galope.
El despliegue a los 30 metros –en lugar de los 12 metros: vértice del área grande para entendernos– se transforma como el “centrifugado” de una lavadora. Un amontonamiento de jugadores en la zona central que parece la hora punto del Metro.
Supone un doble riesgo, pero funciona si se marcan goles. (El adelantamiento de 30 metros lo inventó el sueco Goran Sven Erickson en el Gotteborg, para arrinconar al rival en su territorio y que veinte años atrás lo utilizaron todos los equipos ingleses. De cualquier manera, se dejó en el olvido porque se dejaban demasiados espacios a las espaldas de los jugadores).
En una palabra, la fórmula no deja de ser una ruleta-rusa.
(No es tampoco una novedad. En el Mundialito de Clubes organizado por Canal 5 disputado en Italia vimos algo parecido. En el clásico Milán-Inter, en el estadio Giuseppe Meaza. Los dos equipos poblaron el eje central. Estamos hablando de 1980.)
Funcionó por el temprano gol de Falcao y también por la actitud de los jugadores del cuadro colchonero. Por el intenso desgaste físico realizado. Si a esto unimos una máxima concentración, carácter, sacrificio y apoyo. Todo en su conjunto ha sido parte fundamental de éxito. Además, se practicó el marcaje al hombre.
Los dos goles por sorpresa “mataron” el partido y tras el descanso, el Atlético de Madrid volvió a mostrar su cara de la Liga. Repliegue a las barbas del su propia área y esperó la velocidad en el contragolpe. En una palabra, se invirtieron los dos tiempos. Sorprender y especular. Asimismo también funcionó la unión entre los jugadores. Adrián, por ejemplo, trabajó como un jabato en defensa y medio campo. Lo mismo decimos de Turán. Y el recorrido de Filipe Luiz, que parecía estar en todos lados.
¿Y Juanfran, fijo en la defensa, pero eficaz en el quite y robo del balón? Lo mismo decimos de la pareja de retaguardia. El marcaje severo y al límite de Godín y la coordinación de Miranda, siempre al cruce. ¿Quién se acuerda, ahora, de que el brasileño salvó un gol cantado?
La actitud y la fe ha sido lo que supuso olvidar los empates sobre la hora o en el alargue en los últimos partidos de Liga. Y también sirvió para romper algunos tópicos absurdos: el belga Courtois estuvo magistral en todo momento y realmente excepcional en sus salidas.
Del mismo modo podemos reprochar algunas acciones que sobraron. Las faltas  continuadas de Gabi y Diego Ribas a Muniain. (Igualmente la dura entrada de Susaeta a Filipe Luiz, quizá por impotencia). Está claro que todos recordamos lo bueno y olvidamos lo malo. Pero hubo momentos del partido en que no existió dibujo táctico en el Atlético de Madrid. Hasta cuatro hombres se llegaron a acumular en la banda izquierda del ataque, en uno de los contragolpes.
Pero la ventaja (dos goles) lo permitía todo, hasta los rechaces y los regalos de balón. La mayoría de ellos caían en las botas madrileñas. Y por último, la pasividad del árbitro al no pitar penalty por el agarrón de Godín a Llorente, tres minutos después del primer gol de Falcao (10´).

Una foto que no necesita epígrafe. Habla por sí sola.


LOS ERRORES SE PAGAN
El Athletic de Bilbao se encontró de entrada con un “bofetón” por un error defensivo, y después, cuando intentaba reponerse llegó otro “bofetón”, por otro error defensivo. Entre bofetón y bofetón todas sus líneas se descolocaron. Acusaron duramente los golpes. Un baño de agua fría y un desconcierto monumental. La banda izquierda, un coladero. Aurteneche adelantado, Iturraspe “mareado” intentando tapar las goteras que dejaban los centrales y la desconexión de Iraola con Susaeta.
El amontonamiento en el centro del campo pilló desprevenido al equipo y sufrió lógicamente las consecuencias. Solo dos jugadores intentaron organizar el desaguisado: Ander Herrera y Muniaín, mientras que De Marcos y Fernando Llorente estaban ahogados por la maraña defensiva madrileña.
Aún así, el Athletic de Bilbao tuvo algunas ocasiones a pesar del cerco de su adversario que es todo un experto en la “destrucción del juego”. Primero el claro penalty a Fernando Llorente, que el árbitro alemán “se tragó con patatas”. El clarísimo uno contra uno entre Muniaín y Courtois, que salvó el belga con una mano. La oportunidad de De Marcos que se marchó afuera por poco y por último el pase de Herrera a Llorente, que cuando quiso encarar a portería, vio cerrado el paso por Godín-Miranda, pegados como siameses.
Al principio pensamos que todo podía cambiar en el descanso, pero sin demasiada convicción. En caliente se presumían tres cambios: Amorebieta, Iturraspre y Aurteneche, para apuntalar el sistema defensivo. Demasiado riesgo, mejor dos cambios por las dudas. Amorebieta sería crucificado y también Iturraspe. Pensamos que deberían seguir. Sopesamos la continuidad de Herrera, que tiene un problema de pubis y su rendimiento decae en la segunda mitad. Apostamos la entrada de San José para dar contundencia en la zaga y al mismo tiempo ayudar a Iturraspe. El central olímpico no tiene la calidad técnica de Martínez,  pero se trata de un jugador incisivo, práctico y con experiencia en la Premier League.  Y apuntamos la subida de Javier Martínez, para reorganizar el ataque.
Nos equivocamos. Entraron Gómez y Pérez por Aurteneche e Iturraspe, mientras que Javier Martínez continuó como central.
¿Mejoró el equipo del Bocho? Sin duda. Aunque el panorama no era el mismo. El rival hizo lo normal en estos casos: repliegue e intentar sorprender a la contra. Esto favoreció al juego de toque de los bilbaínos y el dominio del balón. Sin ninguna clase de complejos buscaron las bandas, las triangulaciones y las paredes en velocidad. Eso sí, variaron su sistema (1-4-4-2), formando un rombo bien definido en el eje del campo.
El dominio y la posesión de balón (63%) correspondió al Athletic de Bilbao que se mostró más agresivo en la segunda parte. Pero careció de sangre fría en las cinco ocasiones que disfrutó. Sangre fría y confianza. Y eso no se consigue tan facilmente con dos “chicharros” en contra. Las más claras: Susaeta a bocajarro que salvó in extremis Courtais y el “misil” impresionante de Gómez que dejó temblando el travesaño.   
Hubo más orden a la hora de defender, pero los bilbaínos tuvieron problemas para superar las líneas de contención del adversario. El problema añadido: el tic-tac del reloj no era de la torre de Londres, sino  una bomba de tiempo.
Tampoco aprovecharon el desconcierto del rival en sus acelerados contragolpes. Sin embargo, Amorebieta –encargado de los lanzamientos largos en diagonal– no estaba para esas labores, después de las pifias en los dos primeros goles.
El esfuerzo de los bilbaínos por conseguir el gol supuso demasiado riesgo (Iraizoz en la línea central). Sobre todo en los corners. En uno de ellos, a cinco minutos del final,  un pelotazo largo a Diego Ribas supuso el 3-0 definitivo.

El Atlético de Madrid metió presión desde el primer minuto y durante el primer tiempo hizo marcaje al hombre.



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