Por Miguel Miró
Vicente del Bosque – Óscar W Tabarez, tal
para cual.
Los extremos se tocan. El empecinado seleccionador
uruguayo recuperó después de un año aciago –con malos resultados e incluso
goleadas– a todas las estrellas que ganaron la Copa América.
El seleccionador español retrasando su nuevo
“chip” insistió con las estrellas de la conquista de la Copa Mundo FIFA y las
dos Eurocopas de Naciones. Una apuesta que hizo en la pasada Copa Federaciones
y sin embargo perdió la final ante Brasil en Maracaná.
Ambas selecciones ganaron, el mismo día, sus
compromisos en las eliminatorias para el Mundial del próximo año. Uruguay a
Perú (1-2), con goles de Luis Suárez y España a Finlandia (0-2), con goles de
Jorge Alba y Álvaro Negredo. A los celestes le restan partidos para emerger de
sus propias cenizas para intentar su gesta. A los españoles le faltan dos
encuentros en casa, se despegan de Francia… y están más cerca de la
clasificación.
Puede que muchos lo tomen como una
terquedad, una apuesta arriesgada que supuestamente frena un cambio
generacional. Tampoco podemos negar que tuvimos nuestras dudas, porque lo de
Uruguay ha resultado increíble a todas luces. Y pensamos, también, que se
producirían algunos retoques en el cuadro hispano.
Con dudas o sin ellas, ambos seleccionadores
han demostrado su fe en las
estrellas del equipo. No por capricho sino por
una confianza infinita en los jugadores que, por el momento, solo se irán
renovando por cuestiones puntuales. Con pinceladas y sin prisas.
ESPAÑA DEJA EL FÚTBOL PARA OTRO DÍA
Vicente del Bosque sabía lo que le esperaba
en el estadio Olímpico de Helsinki. Por eso optó por el fútbol resultado. Pero
eso sí, arriesgando al máximo. Nadie dudó que un equipo ganador de grandes
títulos con su estilo iba a cambiar su fórmula. Ni siquiera en un partido ante
Finlandia, en la que se jugaba muchísimo: el billete del Mundial. Tal vez por
eso resultó desesperante el tiki-taka y la posesión frente a dos murallas
sincronizadas del adversario.
No decimos nada nuevo: faltó ritmo,
velocidad y romper la defensa adversaria (no fue un autobús, sino un
portaviones) con el uno contra uno, aunque dentro del terreno esa misión estuviera
encomendada a David Villa –que actualmente juega más retrasado en Atlético de
Madrid– y a Andrés Iniesta, desequilibrante en cualquier encuentro por su jugada
individual. Sin embargo, ninguno de los dos tenían la inspiración necesaria en
jugadas individuales. También es cierto que el asturiano, sin espacio para
maniobrar, disparó un dardo envenenado que lamió el palo de Maenpaa. El manchego, quiza ofuscado por la persistencia en las faltas y
agarrones buscó el remate desde fuera de área en la segunda parte. La
confrontación no estaba para florituras.
El seleccionador añadió al equipo otro
volante ofensivo más: Koke (Jorge Resurrección) en una doble función. Un
lateral-volante rojiblanco para abrir el campo, a la defensa rival. Sin
embargo, no funcionó por la banda derecha como “abre-latas”.
Tal vez, porque se contagió del cansino pase
horizontal o por estar pendiente de su largo recorrido por la banda. Una tarea
defensiva que se esmeró más en los momentos de agobio.
Además, los distribuidores del equipo (Xavi,
Iniesta y Fábregas) le plantaron tres “secantes” a cada uno con la finalidad de
anularles.
Ante esta situación asfixiante, los
movimientos, el desmarque y los apoyos, se hicieron a lo ancho sin poder hacer
un solo pase entre líneas y a las espaldas de los zagueros.
ESTRATEGIA Y ENGAÑO
España tenía jugadores desequilibrantes para
romper barreras, incluso de la calidad que supone las paredes cortas en
velocidad. Sin embargo, el guión estaba
en la estrategia y el engaño. La intención: retener el balón con las espaldas
cubiertas y recuperarlo rápidamente. De fútbol, poco, pero el adversario hizo
un par de incursiones.
Dos contragolpes. Aprovechó los pasillos y
de no ser por Casillas pudo haber llegado el autogol de Ramos. Un pase por la
izquierda de Schüller a Pukki que pisaba el área y cuando se cantaba el gol,
reaccionó Casillas con un despeje con el pie izquierdo. La distribución de la
jugada: Eremenko Jr, con unas excelentes cualidades.
Con el susto en el cuerpo, Finlandia se
estiró nuevamente y llegó la sorpresa. Un robo del balón de Fábregas en el eje
y un pase largo y colgado a las espaldas de los zagueros y como una luz
apareció en diagonal Alba, para matar el balón con la zurda, eludir al meta y
puntearla con la derecha. (0-1, antes que se cumplieran los 20 minutos) España
le “robaba la cartera” a su rival sin hacer un juego brillante. Solo tener
paciencia, marear la perdiz con el balón y esperar el momento justo para
sorprender.
De esta forma se preparó el segundo y tercer
gol, tras el descanso aprovechando que el adversario ponía la tercera marcha e
intentó el empate. Una contra de Xavi que vio la carrera de Negredo y le puso
la pelota en el botín dentro del área. Una jugada que abortaría el lateral
Arkivuo agarrando con el brazo al delantero y despejar la situación. Un penalty
claro que el árbitro ni el linier apreciaron en un partido de guanta blanco.
Cinco minutos después, otra jugada de libro de Xavi –otro contraataque – que
aguanta a su marcador, para dejar sólo a Navas en la banda derecha. Pase medido
y al compañero, Negredo que entraba por el centro. Precisamente los dos
jugadores que eligió Pellegrini para el Manchester City. Y se cerró el partido.
España no jugó un gran partido, nadie lo
duda, incluso llegó hasta la desesperación sus pases triangulados de una banda
a otra. Pero esta vez no interesaba la floritura, sino el fútbol resultado.
FINLANDIA VIO EL CIELO ABIERTO
Cuando hablamos del enorme riesgo de España,
no lo hacemos con la boca pequeña. El adelantamiento de líneas de la selección
dejaba una franja vacía. Una zona de “nadie” en su campo. Más que un agujero
suponía un socavón enorme de 40 metros o más, de banda a banda.
La alegría de la subida de Alba y Koke por
lo pasillos, y la libertad que se concedía Ramos –incluso para participar en el
asalto a las murallas – dejaban “vendidos” a Mario Suárez y Raúl Albiol.
A veces, al presionar tan arriba con
repliegue del rival puede traer problemas al recomponer la retaguardia.
Desajustada en todas sus posiciones, basándose en la presión intensa por la
recuperación del balón en el campo contrario. Un apelotonamiento imprevisto.
En principio fue lógico que España tomara su
iniciativa, pero suponía una entelequia por los cierres de espacio. Por eso tuvo más de un susto. El primer contragolpe,
estudiado y ensayado de Finlandia, pareció muy peligroso ante la descolocación
de la defensa –corriendo hacia atrás, tras un robo de balón– y no fue gol de
milagro. El segundo recibió un bofetón en toda regla. Un gol inesperado.
El seleccionador finés Mixu Paalainen tenía
bien planteado el match. Incluso sorprendió con tres o cuatro delanteros bien
abiertos, con cruces y aperturas al primer toque. Al principio fueron
esporádicos, pero en los últimos 10 minutos del primer tiempo, se produjeron
muchos arreones blancos que dejaban a medio camino a los españoles.
Un aceleración que obligó a recular a la
selección española y subir el tono –velocidad y combinación– a los locales.
Volando con orden y sincronizados, jaleados por los graderíos.
INESPERADA PRESIÓN TRAS EL DESCANSO
El técnico local demostró una vez más que, a
rivales iguales no se repiten partidos iguales.
En El Molinón, atacó los últimos 15´finales.
Y en el Olímpico de Helsinki, Finlandia apretó el acelerador al final del
primer tiempo y en el primer cuarto de hora del segundo. Y tras el descanso,
tuvo dos ocasiones clarísimas de gol, en una contra y en un corner.
El cerrojo finés demostraba, a las claras,
las intenciones ofensivas. Explotar las espaldas de los zagueros españoles y “el
regalo” apetitoso de los espacios. No obstante, la diosa fortuna favoreció
España, porque el combinado local no acertó en las cuatro situaciones
clarísimas para empatar el match. Aunque el que llamara más la atención haya
sido el cabezazo de Moisander en un corner. Imparable a pesar del salto de
Ramos. La pelota lameó el palo izquierdo de Casillas.
Tampoco debemos olvidar el acrobático despeje
de Albiol -el delantero finés casi se lleva su pierna- jugándose el tipo ante un rival que pisaba el área, que puso los
pelos de punta a los visitantes y en pie a los espectadores.
España puso aparentemente la iniciativa, la
paciencia y un fútbol opaco, sin brillo. Pero demostró que no le faltan
recursos en los momentos más difíciles. A veces, desesperante; a veces,
encerrado y otras, asfixiado por los contragolpes del rival… pero siempre guardó
una carta en la manga:
Sorpresa es… Engaño
Sorpresa es… Respuesta
Sorpresa es… Resultado
Sorpresa es… ¡Gool!
Bien, pero… ¿Y el fútbol?
Se postergó para otro día.
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