Didier Deschamps irónicamente hizo un juego
de palabras avant-match.
“Vamos
a dar guerra”,
dijo.
Tal vez, algunos no supieron leer
“entrelíneas” o interpretar sus palabras.
“Vamos
a dar guerra”,
dijo.
Más bien, “Mambrú (la France) se va a la
Guerra”, que prácticamente es lo mismo. El seleccionador galo olvidó su etapa
de jugador y se cegó con “la guerra” en lugar de demostrar el clásico estilo
del football francés. Siempre exquisito en la parte técnica y en el fair play.
Elaborar, construir y ofrecer football del
bueno y de calidad ante un público entregado (St Denis, 80.000 personas). Un
público que entiende mucho de un deporte bien jugado.
(Los aplausos a Andrés Iniesta fueron todo un
ejemplo, en el momento de su sustitución por JM Mata, así como el respeto a los
himnos… ni un silbido, ni un chirrido).
Deschamps y su equipo hizo todo lo
contrario. Destruir, destruir y destruir. Una consigna militar emulando a “la
línea Maginot”. O “no pasarán”, para fracasar en su intento. Un plan
premeditado de una nueva versión de “la verrau” (Karl Rappan, selección Suiza, Mundial
1938) y la “trampa” de una encerrona, con “fuego” en las gradas, que tampoco
funcionó.
ESPAÑA, DIEZ-MADO
Incluso Deschamps –tal vez– no se diera cuenta
de un pequeño detalle. Su rival jugó con 10 jugadores. España jugó diez-mado.
Tanto Javier “Xavi” Hernández como Javier Alonso estaban al 50% de su
rendimiento y el primero de ellos, lesionado.
¿No se lo creen?
Bastaría con recordar las veces que se
adelantó al ataque Sergio Ramos
(¿Cuántas? Pocas o ninguna) y cómo se
turnaban los “guardaespaldas” (Iniesta y Busquets) para cubrir la zona de Xavi
en varios lances del partido.
La victoria de España –ésta vez con uniforme
de ratones colorados– ha tenido, por tanto, un doble mérito. De un equipo con
amor propio, personalidad, una actitud madura y sentido de la responsabilidad.
Y sobre todo, cabeza e inteligencia. Sin usar malas artes y sin arrugarse.
Precisamente cuando había que dar un
puñetazo encima de la mesa entre ambos equipos.
Un pulso titánico entre dos gallos
encopetados para liderar la cabeza de la clasificación con vistas a la Copa del
Mundo FIFA que se dirimirá en Brasil el próximo año. Sin tener que pasar por el
“repechaje”.
Tampoco olvidamos que todavía faltan tres
matches, con similares rivales. Cierto. No obstante, España dio un salto de
gigante en el imponente estadio de Saint Denis.
FRANCIA DECEPCIONA
Los errores de la selección gala estuvieron
en el guión. Deschamps se preocupó más de España que de su equipo propiamente
dicho. De cómo frenar al rival y apostar por un planteamiento defensivo, en
lugar del fútbol abierto de su equipo, que está capacitado para hacerlo.
Estaba muy claro tras plantar un escudo de
choque (triángulo o la línea Maginot) en el centro y la doble cobertura por
banda. Demasiadas precauciones, demasiado miedo a su adversario.
Además, un adelantamiento de líneas y presión
intensiva para favorecer
–aparentemente– el contraataque. Unas
intenciones que funcionaron el primer cuarto de hora. El error del plan, se
caía por sí solo, los jugadores más habilidosos equivocaron la presión con el
juego bronco y las malas artes. Estaban más obsesionados en el marcaje, como
sea, en lugar de desarrollar su propio fútbol.
A excepción de Ribery y Benzema, jugadores
con una contrastada calidad técnica y física, el equipo se preocupó más de
destruir, destruir y destruir… en lugar de elaborar juego. Un contrasentido. Si
bien tenía jugadores de corte defensivo, anuló su propuesta al seleccionar a
futbolistas jóvenes de futuro, que los tiene Francia y bien que abundan en la
Premier League.
(Un trabajo que había empezado Laurent Blanc y su intención
se fue al traste por los resultados en la Eurocopa de Naciones 2012. Sin
embargo señaló el camino. Lo intentó con Nasri y Ben Arfar entre otros, auténticas
estrellas de las selecciones inferiores galas).
El rocoso fútbol desarrollado por Francia evitó,
igualmente, ver las enormes virtudes de Paul Lavile Pogda. Un joven de 20 años
que sabe jugar más al fútbol que repartir leña en una apuesta más de guerra que
el pretendido fair play de la UEFA.
Por eso nos decepcionó Francia. Optó por el
hachazo en lugar del juego sutil y espectacular de antaño con estrellas
rutilantes (Giresse, Vieira, Desailly, Zidane, Thuran, Petit… inolvidables).
Didier Deschamps –que también brilló con Zinedine
Zidane– se aferra más al fútbol-resultado (en este caso, a no perder, al empate)
que siguen manteniendo los técnicos italianos Fabio Capello y Carlo Ancelotti.
ESPAÑA NO SE ARRUGA, SIGUE FIEL A SU ESTILO
No vamos a negar que no fue nada fácil. Ni
tampoco que ha sido un match a cara o cruz. España se jugaba mucho en el
envite. Quedar en una desventaja de cinco puntos, con triunfo del local y por
delante si conseguía la victoria. No obstante, en el equipo tenía dudas. No nos
engañemos, había concretamente dos dudas. Las molestias de Xavi y Alonso, entre
algodones desde hacía una semana. La incógnita fue ¿podrán aguantar los 90
minutos? Tan sólo estaban a un 50% de su rendimiento habitual. Algo que muy
pronto se disipó por el sistema del adversario en el campo.
La “batalla” se libró en el centro del campo
y la apuesta más de trinchera la propuso Francia. Aunque parezca mentira, el “remolino”
en el eje favoreció a la selección española.
El adelantamiento de líneas ha obligado a recorridos
cortos (distancias cortas) a la hora de defender. Por un lado, Alonso un
stopper más de músculo y de choque. Su tarea fue más sencilla de lo esperado. Sobre
todo en la salida al adversario, bien respaldado por Ramos en el cruce ante
cualquier fallo. Además, el zaguero hizo una labor seria, sin subidas alocadas.
Y por el otro, Xavi Hernández tuvo más libertad de movimiento para subir a
sabiendas que su zona estaba bien cubierta. Bien por Iniesta (primer tiempo) y
por Busquets. El orden, la seguridad, la precisión en el pase y la circulación
del balón hicieron el resto. Aunque con la garantía de la profundidad en el
juego largo por dentro y por fuera, a las espaldas de la línea de zagueros
gala.
DEMASIADAS FRICCIONES DEL RIVAL
Hubo demasiadas fricciones en la zona ancha (22-8
faltas que pitó el árbitro, pero ignoró otras 20 y un penalty de libro del
equipo local), pero aún así España no se arrugó. Aguantó las tarascadas y
aseguró mucho más el balón (70% de posesión). Aunque lo más importante ha sido
su arduo trabajo, con la paciencia del campeón.
Esta cuestión también les benefició a los “ratones
colorados” porque a pesar de la especulación del rival y su talante defensivo,
también dejaba espacios en los cambios de orientación. Una fórmula que ya
empleó Manuel Pellegrini en La Rosaleda, con la finalidad de contrarrestar la
presión implacable de Oporto y la basculación de sus volantes.
España –como hizo con Finlandia– no abrió y
separó a sus cerebros (Cazorla, Silva e Iniesta) para buscar la jugada
individual que le diera el gol. Esta vez, hizo lo contrario: les unió Xavi-Iniesta,
Xavi-Busquets e Iniesta-Busquets en la misma zona. Entre ellos encontraron los
espacios y desarrollaron un fútbol más fluído a pesar de las fricciones.
Igualmente, los zagueros laterales se
ofrecieron más en el sube-baja, sin el abuso de los desplazamientos largos (80
metros) que suelen dejar sus bandas al descubierto. Eso sí, aprovechando el
apelotonamiento en el centro del campo entre ambos equipos.
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