Sirenas hispanas estremecen
a “europeos y rioplatenses”
Entre
el agua y el fuego.
Lágrimas
de pétalos de azahar y el fuego intenso de cualquier corazón.
Toda
una escena sincronizada de una pareja (Andrea Fuentes y Ona Carbonell) que hizo
llorar a británicos y rioplatenses.
Ante
semejante delirio se pusieron de pie con el estruendo del sonido inigualable de
un bandoleón y el paso firme de un “himno nacional” –así le llaman argentinos y
uruguayos a La Cumparsita del maestro
Matos Rodríguez.
Si
son difíciles los firuletes, los cortes en el tango, lo que estábamos viendo en
un pileta olímpica era casi, casi imposible de imaginar.
Las
sirenas españolas hacían llorar hasta el agua, con su ritmo militar –si nos
permiten– en reverencia a un tango que tiene la fuerza de una tempestad o el
impacto de un huracán.
Dicen
que es materialmente imposible sorprenderse en este mundo convulso lleno de
cambalaches, politiqueos, demagogias y guerras. Rotundamente, no.
Sorprenderse
supone estar vivo. Tener la ingenuidad de un niño o la sensibilidad de un poeta.
Y nos llenó de vida. Nos dejó helados al principio y nos llenó de fuego,
después por la danza sin pausa de dos sirenas que surgían del agua en alabanza
al dios Neptuno. Dominando todos los secretos de la elasticidad del cuerpo. (Una
goma, como decía mi abuela). De los sugerentes latigazos y la belleza plástica del
deporte.
Semejante
al milagro de un nacimiento… de un niño, una flor o de un potrillo en la
infinita y esplendorosa Naturaleza.
Por Miguel Miró
“It´s
great” –decían sin mencionar palabra– mirándose dos ingleses a los ojos.
“Es
grandioso” –decía una pareja rioplatense.
Un
espectáculo que nos puso los pelos de punta y se nos formó un nudo en la
garganta. Como si el tango fuera un símbolo, que lo es. Como si Andrea y Ona
fueran las diosas del Olimpo, que lo parecían sin duda alguna.
Había
que pellizcarse para convencerse que lo que veíamos y escuchábamos era cierto.
Las
sirenas españolas se movían con un ritmo frenético fuera y dentro del agua con
la velocidad de un pez que zigzaguea libremente en el mar. Con la fineza y la
alegría española. La forma de mover sus brazos y la firmeza de sus piernas
marcando el paso como si fueran auténticas purasangres.
Todo
ello en un escenario imaginario que retrata a un Gran país como España que
transmitió su idioma, sus leyes y su cultura a la joven América del Sur. Andrea
y Ona parecía que abrazaban –unían– con su mágica demostración a todos los
países que hablan español y otros que son una segunda lengua. Quinientos
millones.
Las
dos sirenas españolas, con intención sin intención, parecían no competir en la
JJOO de Londres en natación sincronizada. Competían para los dioses de la
antigua Grecia.
Cantaban
sin voz, reían sin muecas, y se movían sin despegarse entre ellas, dándonos una
lección. Una esperanza. Confraternidad, solidaridad y comunicación. Sin
palabras. En una pileta de agua y fuego, en la que dieron pinceladas de arte,
cultura deportiva, nos hicieron temblar con la música y llorar pétalos de
azahar desparramando un olor intenso y único.
Ignacio "Nacho" Duato, coreógrafo, bailarín y ex director del Centro Nacional de Danza. |
BALLET DE IGNACIO DUATO
A
fuer de ser sinceros, el impacto de la actuación de las españolas Andrea
Fuentes-Ona Carbonell, las dos medallas
de plata en los JJOO de Londres 2012, nos recuerda –guardando las distancias–
al estremecimiento que sentimos hace ya, algunos años, al ver el ballet del
Centro Nacional de Danza.
La
imaginación “sin fondo” de Ignacio “Nacho” Duato, coreógrafo, bailarín y
director.
Steeples, Petit
Morte y Sinfonía de los salmos, ha sido un repertorio inolvidable.
Una
compañía que alcanzó su cenit en el mundo entero. Unos bailarines con un enorme
talento a finales de la primera década del Millenium. Y la “fuga” de una
excelente bailarina española al Royal Ballet de Londres que sigue triunfando en
el Reino Unido.
Sin
embargo, lo que realmente nos impactó ha sido otra pieza inédita que siempre Ignacio
Duato guardaba en su extenso y original repertorio.
La
puesta en escena de la compañía en una Toccata
y Fuga de Johann Sebastian Bach,
padre de la música, que nos impresionó.
Una
sorprendente e increíble obra de arte.
Lo
nunca visto, se nos antoja, en la danza.
Hacer
vibrar o llorar con otras obras de otros célebres músicos –incluso del Barroco–
en el ballet tiene una cierta lógica. No, sin embargo, en una pieza única e
inmortal del genio alemán.
Una
pieza misteriosa y directa. Monumental y angustiosa. Unos acordes que se
asemejan a los fuegos artificiales. Retumba en nuestros oídos como si surgiera
de las catacumbas.
La
mezcla es, totalmente explosiva. La magnífica interpretación de los bailarines
y la música de órgano de Johann Sebastian Bach en siete u ocho minutos
gloriosos.
(Sugerimos a los amantes de la música la web
site: www.thiene,chemistry.com.
O You Tube: J Bach. Toccata y
fuga. Editor of Synthesis Organic / Chemistry Journal. Se aprecia toda la
fantasía del órgano. Una fantasía en la que deben ustedes mismos utilizar en su
imaginación para intercalar dicha obra maestra, tan difícil de ejecutar, en una
danza increíble montada en un escenario como lo hizo Ignacio Duato.)
EL DEPORTE UNE, NO DIVIDE
Individual y colectivo (por equipos) el
deporte une, no divide. Aunque algunos intenten hacerlo, siempre hay muchos más
que rechazan esa desunión. Se demuestra en las grandes competiciones.
Un ejemplo muy clásico es la natación
artística y sincronizada española que, incluso sin su máxima estrella (Gemma
Amengual) siguen cosechando éxitos en los Juegos Olímpicos.
La prueba la tenemos en la pareja de sirenas
Andrea Fuentes y Ona Carbonell, en el mismo centro de Londres, próximo a la
bahía. Con viento en contra superaron a sus oponentes Xuechen Huang y Ou Liu (96,770) de China, por 30 centésimos y conquistaron
la medalla plata. Lo más que podrían aspirar después de las puntuaciones de las
deportistas rusas Ischenko y Romashina (98,900) que se despegaron pronto de sus
contrincantes.
Adriana y Ona, de fuerte carácter, después
de conocer ya las ganadoras del oro y el resultado de las nadadoras chinas,
volvieron a ratificar con la música de un tango “rompedor” una actuación fantástica ante un público emocionado,
mejorando incluso la técnica de movimientos dentro y fuera del agua como dos
auténticos peces. Andrea Fuentes (29 años), tres medallas de plata en dos JJOO,
insufló confianza a Ona (22 años) en su presentación en los Juegos. La novel respondió, si cabe, a la perfección.
Una interpretación a dúo que mejoró –según
los jueces y la explosión del público– en 900 milésimas (96,900) para conseguir
no sin esfuerzo su objetivo. Una actuación que llevó emparejado, inspiración,
una sincronización más enérgica y sin errores.
La simpatía de los espectadores ha sido,
quizá, lo más sorprendente y espectacular, pero también el carácter y la
elasticidad de las sirenas españolas. Y sin duda alguna, la música. El himno
nacional de todos los rioplatenses: La
cumparsita. Una música que brilló también con su esplendor y solemnidad la
difícil prueba en la pileta olímpica.
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