Más ocio y campos públicos
Por Miguel Miró
El golf no deja
de sorprendernos.
Es como la vida
misma. Un desafío constante. Un camino lleno de rosas, pero también espinas. Nos
hace ser más humildes. Más sociables. Más humanos. Nos obliga a una disciplina
férrea. Proporciona nuevas amistades. Hay familias que llevan varias
generaciones practicando golf.
Y la cadena
sigue.
Aún siendo un
deporte individual, nos hace comernos nuestro orgullo.
Nos hace
trabajar como enanos, sin apenas darnos cuenta. La voluntad que nos falta, nos
sobra en el campo. No tenemos tiempo para nada, pero sí para jugar al golf.
“Los médicos
recomiendan pasear. La persona que vive en un medio urbano tiene que pasear, en
caso contrario le da un ataque,” dice el sociólogo valenciano García Ferrando.
El hombre o la
mujer tiende a recuperar las tradiciones como algo cíclico y el golf nunca
pierde su tradición. La familia, el trabajo y el ocio, eso tan preciado y
escurridizo.
NATURALEZA
Todo guarda su relación,
aunque no se divulgue. Vivimos, todavía, en un mundo materialista. No
apreciamos los placeres de la Naturaleza. Tenemos que abrir la puerta para
respirar aire fresco.
Los jóvenes
empujan. Normal. Son jóvenes. El golf también empuja. No tiene edad. Los
adultos parecen jóvenes y los viejos parecen niños. Antes se decía que el golf
era un deporte de viejos. Palabrerías. En nuestro país los jóvenes representan
un 16% y los seniors un 15,6%.
También dicen
que a los 16 años los jóvenes pierden su interés por el golf y los seniors son
considerados viejos a los 55 años.
Lo mismo sucede
con las “etiquetas”.
“Es un deporte de élite y caro”.
Ya se ha bajado
el listón. Ahora mismo, ni es elitista ni es popular en nuestro país. Está en
un puesto intermedio. Seamos sensatos. El golf es caro porque el 90% de los campos son comerciales,
con vistas al turismo extranjero. Es caro porque parecen “bunkers” cerrados.
SISTEMA DE RIEGO
Pronto se
romperán las ligaduras. El golf volverá a crecer –después de la crisis de 2007–
de la misma forma que la economía. Existe un espectro de la población española
que puede y quiere jugar golf. Existen, a lo largo de la geografía, más de 20
campos públicos.
No debemos
olvidar que en Guadiaro, por poner un ejemplo,
el sistema de riego del campo lo hizo un grupo de fontaneros. En Llanes,
según cuentan, al promotor de un campo municipal le eligieron de alcalde. En
Galicia se hizo un campo de golf municipal impresionante, con la colaboración
de tres pueblos. En Madrid, un grupo de taxistas construyeron tres hoyos y se
llena los fines de semana. Ya no se grita en el desierto, como se hacía antes.
En la desértica
España se están construyendo campos rústicos. No es un negocio para los
empresarios, pero es vida-salud y ocio para la gente emprendedora. Hay una
afición de locos. Campos sin verde. Greenes de tierra. Todos ellos
recuerdan a los pastores escoceses que
se divertían con sus bastones, mientras pastaban las ovejas.
Ciento
cincuenta personas para un solo green.
A eso se llama
afición.
MEDITERRÁNEO
Es verdad que
la gran mayoría de los clubes de golf están en el Mediterráneo. Pero en el
Norte y en el Centro se las ingenian para que el deporte se desborde. No
comprendemos la ceguera de los que mandan. Los que tienen el poder y están
atados a un cúmulo de intereses.
Cuando se
acaben las subvenciones agrarias de la Unión Europea, se abandonarán las
cosechas y habrá suficientes espacios naturales para hacer parques. Parques de
ocio y recreo. Y en un rinconcito de la Naturaleza, un campo de golf.
El golf
contagia, sorprende y estimula.
Y lo más
importante: da e imprime carácter al jugador. Tenemos que abrir la mente. Flotar
en la Naturaleza. No podemos cerrar la puerta al campo. Los campos de golf
públicos se deben multiplicar, a precios populares. Así, de esta forma,
podremos conseguir que el golf sea popular.
“Hay mercado para un millón de españoles
practicantes”, remarcaba un sociólogo.
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