jueves, 3 de septiembre de 2015

Golf/ Fin de subvenciones agrarias Unión Europea?

Más ocio y campos públicos


Por Miguel Miró
El golf no deja de sorprendernos.
Es como la vida misma. Un desafío constante. Un camino lleno de rosas, pero también espinas. Nos hace ser más humildes. Más sociables. Más humanos. Nos obliga a una disciplina férrea. Proporciona nuevas amistades. Hay familias que llevan varias generaciones practicando golf.
Y la cadena sigue.
Aún siendo un deporte individual, nos hace comernos nuestro orgullo.
Nos hace trabajar como enanos, sin apenas darnos cuenta. La voluntad que nos falta, nos sobra en el campo. No tenemos tiempo para nada, pero sí para jugar al golf.
“Los médicos recomiendan pasear. La persona que vive en un medio urbano tiene que pasear, en caso contrario le da un ataque,” dice el sociólogo valenciano García Ferrando.
El hombre o la mujer tiende a recuperar las tradiciones como algo cíclico y el golf nunca pierde su tradición. La familia, el trabajo y el ocio, eso tan preciado y escurridizo.

NATURALEZA
Todo guarda su relación, aunque no se divulgue. Vivimos, todavía, en un mundo materialista. No apreciamos los placeres de la Naturaleza. Tenemos que abrir la puerta para respirar aire fresco.
Los jóvenes empujan. Normal. Son jóvenes. El golf también empuja. No tiene edad. Los adultos parecen jóvenes y los viejos parecen niños. Antes se decía que el golf era un deporte de viejos. Palabrerías. En nuestro país los jóvenes representan un 16% y los seniors un 15,6%.
También dicen que a los 16 años los jóvenes pierden su interés por el golf y los seniors son considerados viejos a los 55 años.
Lo mismo sucede con las “etiquetas”.
“Es un deporte de élite y caro”.
Ya se ha bajado el listón. Ahora mismo, ni es elitista ni es popular en nuestro país. Está en un puesto intermedio. Seamos sensatos. El golf es caro  porque el 90% de los campos son comerciales, con vistas al turismo extranjero. Es caro porque parecen “bunkers” cerrados.

SISTEMA DE RIEGO
Pronto se romperán las ligaduras. El golf volverá a crecer –después de la crisis de 2007– de la misma forma que la economía. Existe un espectro de la población española que puede y quiere jugar golf. Existen, a lo largo de la geografía, más de 20 campos públicos.
No debemos olvidar que en Guadiaro, por poner un ejemplo,  el sistema de riego del campo lo hizo un grupo de fontaneros. En Llanes, según cuentan, al promotor de un campo municipal le eligieron de alcalde. En Galicia se hizo un campo de golf municipal impresionante, con la colaboración de tres pueblos. En Madrid, un grupo de taxistas construyeron tres hoyos y se llena los fines de semana. Ya no se grita en el desierto, como se hacía antes.
En la desértica España se están construyendo campos rústicos. No es un negocio para los empresarios, pero es vida-salud y ocio para la gente emprendedora. Hay una afición de locos. Campos sin verde. Greenes de tierra. Todos ellos recuerdan  a los pastores escoceses que se divertían con sus bastones, mientras pastaban las ovejas.
Ciento cincuenta personas para un solo green.
A eso se llama afición.

MEDITERRÁNEO
Es verdad que la gran mayoría de los clubes de golf están en el Mediterráneo. Pero en el Norte y en el Centro se las ingenian para que el deporte se desborde. No comprendemos la ceguera de los que mandan. Los que tienen el poder y están atados a un cúmulo de intereses.
Cuando se acaben las subvenciones agrarias de la Unión Europea, se abandonarán las cosechas y habrá suficientes espacios naturales para hacer parques. Parques de ocio y recreo. Y en un rinconcito de la Naturaleza, un campo de golf.
El golf contagia, sorprende y estimula.
Y lo más importante: da e imprime carácter al jugador. Tenemos que abrir la mente. Flotar en la Naturaleza. No podemos cerrar la puerta al campo. Los campos de golf públicos se deben multiplicar, a precios populares. Así, de esta forma, podremos conseguir que el golf sea popular.

“Hay mercado para un millón de españoles practicantes”, remarcaba un sociólogo.

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