¿Quién duda de un niño?
Por Miguel Miró
El caddie, allá
por la década de los cincuenta, iba descalzo, bastante desarrapado y siempre
permanecía mudo. No se trataba de echarle la culpa a la pobreza, que la había,
ni tampoco que no tuviera zapatos. No; su función consistía en adelantar la
bola 10 o 20 metros.
No se sabía
cómo, pero la pelota siempre estaba situada por delante de su contrincante o en
un sitio privilegiado del fairway.
El caddie
utilizaba todo su ingenio y picardía.
Poseía una
habilidad endemoniada para coger la bola con los dedos de los pies y
trasladarla a cualquier parte del campo.
No se trata de
una broma, fue real como la vida misma.
Además, ¿quién
iba a dudar de un niño?
Los caddies
pequeños empezaron a una edad muy temprana en España. Proliferaron como
“moscas” en los clubes. Llegaban de los alrededores de los campos de golf. De
los pueblos o barrios cercanos situados en los suburbios de una gran ciudad.
Todos ellos de origen humilde.
Se juntaban hermanos,
primos, amigos y vecinos.
Aquellos niños
a los que se les prohibía entrar y ni siquiera asomarse a la Casa-Club (uso
exclusivo de socios e invitados) como tampoco jugar en el campo. Sin embargo,
ellos mismos se la ingeniaban para infringir las reglas. Al caer la tarde o por
la noche, practicaban en silencio. Imitaban todo lo aprendido durante la
jornada de trabajo.
Ellos
aprendieron muy pronto a “mamar” el deporte más exigente y difícil del mundo.
TRABAJAN A DESTAJO
La
picardía suponía el denominador común
entre los niños que trabajaban a destajo. Para ellos se trataba de un juego. Su
sitio: un cobertizo, próximo a la cancha de prácticas y donde existe el llamado
Cuarto de Palos.
“Algunos jugadores nos enseñaban a ser golfos”, recuerdan algunos profesores y “maestros” que se dedican a la
“fábrica de campeones”. Los españoles, por lo general, siempre destacan en los
deportes individuales.
De ahí
procedían los distintos trucos.
A veces
desaparecía el sandwedge y aparecía al final de la partida. Se hacía cualquier
argucia para desequilibrar y el aficionado explotaba como una cafetera.
Lo mismo
ocurría con la bola. Muchas veces, el caddie la pisaba, la enterraba para que
tuviera que volver al tee de salida, con dos golpes de penalización.
“Si no te ganabas el jornal de una manera, te lo
ganabas de otra”, puntualiza otro amigo.
MUCHA COMPETENCIA
Además, si no
hacían lo que les pedían, perdían automáticamente el cliente. Y en aquellos
tiempos había mucha competencia. Mucha oferta pero poca demanda. En aquellos
tiempos los niños carecían de malicia. Pensaban que estaban cometiendo una
travesura o una broma. No obstante comprendían que el jugador amateur que les
contrataba tenía que “ganar por narices”.
Las apuestas,
aunque están prohibidas, se hacían entre caballeros de gran abolengo.
Los tiempos
fueron cambiando con los años. A pesar de seguir la prohibición de entrar en la
Casa Club y no poder entrenar en el campo, los caddies –además de la comida
diaria– fueron teniendo formación escolar en el cobertizo, mediante profesores
contratados. Los clubes se preocuparon más por los niños y jóvenes que
trabajaban en el campo de golf.
Después, una
vez al año se disputaba un torneo de caddies.
Aunque se
continuara manteniendo la distancia con socios e invitados.
Los niños
crecen y se hacen a sí mismo. Son autodidactas del golf.
El genio y el
ingenio del española hacen el resto.
YA NO ES UN NIÑO
El caddie deja
de ser un niño que ayuda a ganar. Sus conocimientos del course y el difícil
manejo de los hierros y las maderas, le permiten ascender de escalafón. Además
de sorprender y superar a los jugadores amateurs (socios e invitados).
Contratar un
caddie, desde ese momento, ya no es precisamente llevar al hombro la bolsa de
palos. Se convierte en un “asesor” del jugador. Sus consejos son escuchados
atentamente y muchas veces hasta preguntan qué palo jugar en cualquier
situación complicada.
Algo normal y
natural.
¿Quién conoce
mejor el campo que el caddie?
“Un campeón de boxeo que tiene un buen rincón (manager)
en el ring-side puede aspirar al trono europeo o mundial”
Lo mismo pasa
con un scratch amateur o un profesional de elite: “Debe tener a su diestra, sin ninguna duda, a un buen caddie para
seguir aspirando a ganar más torneos y algún “major” del Grand Slam”.
Es ley de vida,
por la experiencia vivida desde niño.
Surgen,
entonces las estrellas –las águilas del deporte– por partida doble o triple.
Hermanos, primos, sobrinos… con sus apodos.
Aunque todo de
un mismo tronco: Polo Golf Club de Madrid.
Emilio Gayarga, “el Hojalata”
Mariano Prudencio, “el Chato”
Ángel de la Torre, “el Angelillo”
Gabriel González, “el Caraguardia”
Joaquín Bernardino, “el Dino”
Un clan de ex
caddies que se habían pasado al profesionalismo. El grupo que hicieron una
labor sorda, paciente, eficaz y grandiosa. Ellos servirían de guías durante
varias generaciones de jugadores que empezaron a “romper” en el plano nacional
e internacional su gran clase. Auténticos campeones que marcaron en oro la
gloria y fama del golf español.
IMPROVISADO DISEÑADOR
Joaquín
Bernardino Llorente, “el Dino”, nacido en Madrid, fue realmente el diseñador
del campo de golf del Aero Club Manises en la década de los cincuenta. Nunca
quiso figurar pero varias personas, aficionados a la aviación y pioneras de la sección
de golf de la Base Aérea –entre ellas José M Gómez Trénor– nos lo han
confirmado:
“Joaquín Bernardino fue el autor, único y
verdadero del primer campo que se construyó en Valencia”.
Javier Arana y
Gonzalo Lavín, su ayudante, que estaban trabajando en la “obra maestra” de El
Saler, fueron invitados a comer en el restaurante de la Casa Club de Manises.
En la sobremesa, se le preguntó a Arana sobre los bunkers y el maestro del
diseño, licenciado en Filosofía y Letras, hizo unos dibujos en una servilleta
de papel. Esta ha sido la única aportación que dio para el campo de Manises.
Lo demás fue un
bulo que, como suele suceder, se convierte en una verdad natural al repetirse
muchas veces.
Ponemos énfasis
en este apartado, porque los caddies autodidactas que se volvieron profesores y
maestros, también diseñaron campos de golf.
ESPAÑA SE LLENA DE CADDIES
Los caddies
españoles se convirtieron en profesionales de un nivel alto e impresionante.
Pero, ¿cuál era el número? Llegaron a superar
los 5.000 y se demostraba todos los años en los campeonatos que se
jugaban en los clubs, en el certamen anual oficial que se incluía en el
calendario de la Real Federación Española de Golf, y la añorada gira del Norte
que unía a nuestro país con Francia. (Desde Galicia al País Vasco francés).
Sin embargo, no
todos tienen el apoyo de los clubes o de los ocasionales “mecenas” que siempre
existen y han existido en el deporte de los pastores escoceses.
Muchos,
muchísimo de ellos han abandonado el golf para dedicarse a otra profesión u
oficio. El sacrificio y la ilusión se acaba en el momento de formar una familia
y pensar en el futuro.
Sólo quedan un
20% de aquellos caddies. Un 5% continuaron como jugadores en activo y
demostraron con creces sus indudables cualidades. Y dieron lustre al nombre de
España por el mundo entero.
El 15% de ellos
se dedicaron a la enseñanza y son la mayor riqueza del golf español. Su amor
por el deporte hizo que transmitieran sus experiencias y talento para que se
siguiera la senda de triunfo en el terreno amateur.
Ellos son los
verdaderos culpables de que sigan saliendo buenos y grandes jugadores de golf
en nuestro país.
LAS TRADICIONES NO MUEREN NUNCA
Dicen –y dicen
mal– que los caddies desaparecieron. Por los carros eléctricos, las bolsas que andan
solas y los mil artilugios que se han creado han terminado por sustituirles.
En un nuevo
campo se necesita, muchas veces, un asesor que lo conozca al dedillo.
Por eso,
cualquier jugador se planta junto al caddie-master y dice:
¬Necesito un
caddie.
Las
tradiciones, y el golf tiene una gran tradición, no desaparecen nunca. Ni
desaparecerán, a pesar de los detractores. El caddie es una parte importante de
la tradición de éste deporte. Como la regla Nº 1 que es todo un ejemplo de la
ética y el fair play.
Muchos de los
clubes de nuestra geografía siguen contando con los caddies-asesores para el
turismo extranjero.
¿Cuáles son
esos clubes?
Entre ellos:
RCG El Prat, La Manga, Valderrama, Costa Dorada, Sotogrande, San Cugat, San
Sebastián, Río Real, Islantilla, Aloha, La Quinta, Las Brisas, Los Naranjos,
Osona Montaña, Pedreña, RCG Puerta de Hierro, etcétera.
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